La violencia como medio de solución de conflictos en la sociedad es una realidad visible y, lamentablemente, más extendida y arraigada de lo que podamos pensar.
Está presente en nuestra vida cotidiana y en todos los espacios posibles e imaginables; así, la podemos encontrar y observar claramente en los medios de información y comunicación, prensa, radio y televisión, formando parte de la programación diaria, pero también es apreciable en nuestras relaciones humanas e interpersonales.
No somos ajenos a ninguna de sus manifestaciones, y en modo alguno podemos escapar de ella. La violencia ha existido desde tiempos inmemoriales y es un componente inseparable de la naturaleza humana.
En este sentido, es indudable la importancia de la violencia como medio de solución de conflictos en la sociedad, especialmente en los momentos actuales de nuestra existencia, tiempos convulsos y agitados y en los que la frustración, ira y desesperación son un caldo de cultivo perfecto para su proliferación, que retroalimentan, de esta manera, los impulsos y las reacciones negativas.
Por otra parte, no podemos obviar la influencia que desempeña la violencia en nuestros niños, jóvenes y adolescentes, cuyo acceso a internet y las nuevas tecnologías es evidente y manifiesto, utilizándolas habitualmente como medio de interacción, comunicación y ocio entre ellos; plataformas, elementos tecnológicos, videojuegos y programas de entretenimiento que se convierten y se han convertido en un perfecto instrumento de visualización y visionado de imágenes violentas, contenido inapropiado y otras clases de reproducciones no adecuadas ni recomendables en estas edades.
Con todo ello, los jóvenes aprenden una serie de valores contrarios a la buena convivencia y respeto hacia los demás, basados, por el contrario, en el empleo de la fuerza, agresividad, la utilización de la violencia como un recurso útil y provechoso para conseguir inmediatamente lo que quieren o desean y, lo que es aún más preocupante, incorporan estos patrones de comportamiento en sus conductas y socialización con los demás.
No es extraño, por tanto, comprobar con estupor ejemplos habituales de relaciones violentas en muchos de nuestros jóvenes, ya sea con sus parejas, compañeros e incluso con sus propios padres.
El influjo y dominio que ejercen los contenidos violentos, crueles y duros es bien conocido en una etapa tan delicada y problemática como la adolescencia; contenidos a los que los niños, jóvenes y adolescentes se ven expuestos con demasiada frecuencia.
Así pues, los niños, pero también muchos adultos, aprenden e interiorizan la violencia como medio de solución de conflictos en la sociedad, utilizándola recurrentemente para conseguir sus fines o para mostrar firmeza y autoridad.
No cabe duda, que la implicación de la familia y la escuela tienen mucho que decir en esta problemática, junto a iniciativas públicas y la participación activa y concienciada de la clase política, en el fomento, planificación e implementación de estrategias positivas y asertivas de solución de conflictos, que favorezcan la construcción de un clima de convivencia y saludable para todos. E indiscutiblemente, la autorregulación de contenidos violentos y los códigos deontológicos de conducta de obligado cumplimiento e exigibles a los medios de comunicación bajo el apercibimiento de sanciones, se antoja fundamental como elemento clave de la ecuación.