La sociedad actual en la que vivimos ha avanzado considerablemente con respecto a las épocas pasadas de nuestros abuelos y bisabuelos, gracias a los desarrollos médicos, científicos y tecnológicos.
Ello ha supuesto múltiples beneficios, ya que ha aumentado la calidad y esperanza de vida, entre otros muchos aspectos.
Sin embargo, ese mismo progreso ha traído consigo un elemento no tan positivo, y es que ha evidenciado también nuestra dependencia tecnológica en el uso de los dispositivos móviles y electrónicos.
Así pues, la misma realidad constituye dos caras de la misma moneda, y es el precio que estamos pagando por ir un paso más allá y alcanzar una humanidad cada vez más desarrollada y tecnificada.
En efecto, tenemos a nuestro alcance un gran surtido de elementos tecnológicos que facilitan nuestra vida y la hacen más agradable, pero ello ha generado también una dependencia tecnológica en el uso de los dispositivos móviles y electrónicos.
Invertimos una excesiva cantidad de tiempo en la conexión a internet y las redes sociales, lo que dificulta y pone en serio peligro nuestras relaciones personales, y en ocasiones, incluso las profesionales y puesto de trabajo.
La comunicación interpersonal y cara a cara se está perdiendo poco a poco, y al fin al cabo las personas somos seres sociales que necesitamos interactuar con nuestros semejantes, aunque el método utilizado no sea quizás el más conveniente, y mucho menos convertir la tecnología en la herramienta principal, en muchísimos casos, de comunicación.
Esta dependencia tecnológica en el uso de los dispositivos móviles y electrónicos es aún más preocupante cuando los afectados e implicados son niños, jóvenes y adolescentes, ya que su grado de vulnerabilidad es mayor, siendo expuestos a consecuencias no deseadas que puede entrañar el uso abusivo de internet y las redes sociales: como son el cyberbullying, sexting, grooming, entre otros, junto a las propias adicciones asociadas en la utilización de estos elementos tecnológicos.