Numerosos estudios e investigaciones en diferentes disciplinas hablan de la importancia de la autonomía en los menores y en los adolescentes. Desde la perspectiva de la Psicología Educativa, el desarrollo de la autonomía es una de las prioridades a potenciar en los diferentes ámbitos del menor, desde aprender a vestirse por sí mismo o hacer su cama, hasta gestionar sus emociones de manera independiente. Como apunta el artículo 16 de la Convención sobre los Derechos del Niño: “el niño tiene derecho a desarrollar progresivamente el ejercicio de sus derechos; es decir, que el niño como sujeto pleno de derechos, adquiere la autonomía, y el Estado y la Familia, apoyan y protegen el desarrollo del niño, de forma que progresivamente ejerza sus derechos, de acuerdo a la evolución de sus facultades”.
No obstante, es una realidad de que el estilo educativo que se ha impuesto en las diferentes familias existentes es el permisivo, en el cual el menor se le ofrece numerosas oportunidades, confianza y premios pero los límites y el control brillan por su ausencia. Esta situación, genera múltiples consecuencias en el desarrollo evolutivo del menor, entre ellas, un mínimo nivel de autonomía en hábitos como pueda ser la higiene personal, comer o el autocuidado. A veces, los niveles de autonomía son tan escasos, que es la propia escuela la que se responsabiliza de la enseñanza y adquisición de estos hábitos.
Por norma general, la falta de implicación por parte de los padres a este tema, perjudica el desarrollo de los hábitos de autonomía básicos. Prefieren hacerlo ellos porque lo hacen de una manera más rápida y mejor, o les domina la creencia de que “ya lo aprenderá cuando sea más mayor” sin tener en cuenta las dificultades que se pueden presentar en etapas evolutivas futuras. Es necesario destacar que un niño o una niña poco autónomo/a tiende a comportarse de manera dependiente: demanda ayuda constante para resolver situaciones que él o ella mismo/a podría resolver, tiene poca iniciativa o no afronta las responsabilidades que pueden surgir en la etapa que esté viviendo. Este tipo de comportamientos le puede afectar en el aprendizaje o en la socialización con otros menores.
Existen varios aspectos que debemos tener en cuenta y que son los que tenemos que trabajar para potenciar la independencia del menor. Entre ellos, lo más importantes:
-La alimentación: desarrollar hábitos de poder comer solos, llevar su plato cuando finalicen, poner o quitar la mesa, hacerse la merienda etc.
– La higiene personal: aquellas conductas relacionadas con el autocuidado. Por ejemplo cepillarse los dientes, el baño, lavarse las manos…
– La vestimenta: desarrollo de hábitos que tienen que ver con la ropa: organización de su ropa, doblarla y guardarla o vestirse por sí mismo/a.
– La convivencia en sociedad: conductas ligadas a las relaciones sociales y sus normas: saludar, palabras de agradecimiento, pedir por favor, respetar turnos de palabra, saber escuchar etc.
– El uso de las nuevas tecnologías: potenciar el uso responsable y control de las nuevas tecnologías: respeto de horarios, respeto de su intimidad y vida privada etc.
Hay que tener en cuenta que para desarrollar la autonomía personal en las categorías anteriores, debemos trabajar con los hábitos. Por tanto, debemos entender que son comportamientos repetitivos y automatizados ( no interviene ningún tipo de implicación cognitiva después de haber desarrollado el hábito) y hay que instaurarlo de una manera progresiva y constante. Por tanto, la paciencia y la constancia son fundamentales.